lunes, 2 de octubre de 2017

Cuando callar no es una opción.

Pues sí. Aquí estoy otra vez. Y lamentablemente vuelvo porque me siento con la obligación de hacerlo. Sea mi vida más o menos interesante, no soy de las que van publicando sus cosas más íntimas y personales aunque a veces me guste comentar chorradas varias (y ciertas) con un toque de humor. Pero llega un punto en el que una se cansa de escuchar absurdeces y de leer bobadas y entonces siente la necesidad de vomitar todo lo que lleva pensando y sintiendo durante mucho tiempo. Así que me dispongo a empezar:

Destacaré que hablo sobre MI experiencia, MIS sentimientos y MIS opiniones y que cualquier comentario, pensamiento o actitud sexista, fascista, homófoba, xenófoba o racista no será bienvenida en este blog. Tampoco en mis redes sociales y mucho menos en mi círculo de amistades. Gracias.

A estas alturas todos estamos al corriente sobre la situación que vivimos en Catalunya (sí, lo escribo en català que se entiende igual de bien y bonito). Aunque algunos no quieran enterarse y otros lo hagan a medias. Pues bien, el tema es que soy catalana y me encanta serlo. No puedo estar más orgullosa de haber nacido en esta preciosa tierra y haber podido crecer aquí. 

No soy catalanoparlante (aunque sí bilingüe) y las raíces de mi família son Extremeñas y Andaluzas. Me he criado en un barrio obrero donde la gran mayoría de familias provienen de immigrantes que llegaron a Catalunya en busca de una vida mejor. En mi casa siempre ha venido Santa Claus y los Reyes Magos, aunque éstos han sido los únicos reyes que me han gustado en la vida. No me sé "Els Segadors" (aunque reconozco que me avergüenzo un poco de ello). Y mi padre (y la mitad de mi familia) es del Real Madrid. Y no por ello me siento menos catalana. 

Pero es que además, la vida te hace preciosos regalos que te ayudan a comprender mucho mejor si cabe el mundo y la sociedad que te rodea. Y que también te ayudan a formarte como persona y mejorar cada día un poco más. Y ese regalo tan preciado que me ha hecho la vida tiene nombre y apellidos. Resulta que un día tonto me acabé enamorando de alguien que, además de ser muy diferente a mí en muchos aspectos habla siempre en català. Igual que tooooooda su familia. Y en su casa siempre han recibido la visita del TIÓ. Y todos se saben "Els Segadors". Y, obviamente, todos son del Barça. Y gracias a él y a toda su familia, yo me siento todavía más catalana si se puede.

En cuanto a política, nunca me ha interesado y, con todos mis respetos hacia mis amigos politólogos, me aburre y me entristece sentir que el poder corrompe. Sin más. Por esa razón nunca me he posicionado y mucho menos me he declarado independentista. Pero entonces pasan cosas. Cosas menos importantes y luego, cosas más gordas. Cosas que parecen extraídas de películas de ciencia ficción, o mejor dicho, de documentales de hace más de 40 años. Y piensas. Y creces. Y piensas más. Y empiezas a sentirte posicionada, a veces hasta sin quererlo. Inevitablemente y de forma instantánea lo haces. El momento en el que sientes que ya no se habla de política sino de moral, ética y humanidad.

Y es que me he dado cuenta de que no quiero tener nada que ver con un país que vulnera los derechos de las personas, sea cual sea su posición, sexo, pensamiento, procedencia o idioma. Lo bonito de España es su diversidad y su pluralidad y se lo han cargado. Lo han roto todo. Y no hablo sólo de Catalunya. Todas las comunidades deberían de ser respetadas y valoradas. Por su cultura, sus tradiciones, su lengua y sobre todo, por su gente. Catalunya, País Vasco, Galicia... son solo ejemplos de la riqueza que se podría tener si unos cuantos se lo propusieran. Pero ya no, ahora es tarde. Y yo no quiero que mis hijos vivan lo que yo tuve que vivir ayer. Quiero que ellos puedan crecer en un país donde respeten y sean respetados, tolerantes y sobre todo, libres. Libres para ser como ellos quieran y para opinar lo que ellos quieran. Y también lo quiero para mi.


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